El culto
En los períodos más antiguos de la historia de Egipto, el culto aparece como un hecho reservado, casi limitado al rey y a su círculo. En el Imperio Medio y aún más en el Imperio Nuevo, cuando el poder real se ve minado por los impulsos centrífugos de los señores periféricos, se produce una participación cada vez mayor del pueblo en las ceremonias de culto.
El culto consistía en un auténtico «cuidado» de los dioses, expresado mediante prácticas rituales diarias; se trataba de actos destinados a despertar a la divinidad del sueño nocturno. El sacerdote, delegado del rey, al salir el sol abría la cámara del dios, cantaba el himno de la mañana y tocaba la estatua del dios, para «restituir al dios su ba», por lo tanto, contemplaba su rostro; era la epifanía del dios, que en muchos casos coincidía, en una clara transfiguración simbólica, con la aparición del sol.
El templo
Desde esta perspectiva, el dios aparece como un miembro de la comunidad, que posee su propia morada, precisamente .el templo, o, como lo llamaban los egipcios, la «Casa del dios». Como «Casa del dios», el templo debía ofrecer a su propietario o a su huésped, en el caso de que no se tratara de una divinidad local, todo lo necesario para la existencia. Al mismo tiempo, representaba el universo en el que actuaba la propia divinidad, en cuanto síntesis y forma del mundo, reproducido simbólicamente con decoraciones de carácter astral. Este aspecto se acentúa sobre todo en el Imperio Nuevo, y en el i milenio aspira a reproducir concretamente el universo.
En el Imperio Antiguo existía una estrecha relación entre el templo y el palacio, sede del dios-rey; de ahí que no se desarrolle una arquitectura monumental de templos, a excepción de los templos dedicados a Ra. En el Imperio Medio, cuando los poderes del soberano comienzan a perder su carácter religioso, el templo se hace independiente del palacio y se desarrolla una gran arquitectura, favorecida por los propios reyes, que de este modo daban testimonio de su vinculación con los dioses y del respeto que por ellos sentían. A partir de esta época, el templo probablemente adquiere un carácter más «democrático», aunque no todo el mundo podía ser admitido en las mismas condiciones en el templo, que estaba dividido en dos sectores, uno reservado al dios y otro abierto al público. La consolidación de esta estructura del templo da lugar a un conjunto que alberga actividades relacionadas con las funciones atribuidas a los dioses, con espacios para la educación de los jóvenes, para la práctica de la justicia y para el cuidado de los enfermos. Aunque separado del palacio y dotado de autonomía propia, el templo continúa sometido al control del rey, que periódicamente designa a los propios funcionarios. No obstante, a finales del II milenio se produce un fuerte enfrentamiento entre el poder estatal y el poder del templo, hasta el punto de que éste asume poderes políticos y estatales autónomos, con un sacerdote-rey al frente, y comienza así una auténtica hierocracia.
Fiestas, ritos y sacrificios
El culto y las ceremonias que lo caracterizaban se distribuían a lo largo del año siguiendo un ciclo festivo (-» Fiestas), que contribuía a la medición, control y renovación del tiempo y del orden cósmico. En estas ocasiones se producía el encuentro entre el dios-rey y su pueblo. Muchas de estas fiestas determinaron el nombre de algunos meses del calendario. Eran famosas las fiestas en honor de Osiris, que algunos estudiosos llaman «misterios de Osiris», porque así aparecen en la interpretatio graeca de la época helenístico-romana. En cambio, parece que no guardan relación con el ciclo anual las fiestas jubilares, denominadas Sed, que se celebraban aproximadamente cada treinta años y cuyo objetivo era la renovación de la realeza y de su función, repitiendo la ceremonia de la investidura, y la afirmación del principio dinástico. En efecto, en esta ocasión el rey proclamaba oficialmente a su heredero, anticipando de este modo su condición de Horus, que él perdía, para asumir anticipadamente la de Osiris. Este procedimiento sustituía al de la entronización, que sólo podía producirse a la muerte del anterior faraón.
El núcleo de la fiesta lo constituía la celebración ritual, cuya finalidad era actuar de forma específica sobre el universo, para activar suma'at (p. 47, n. 2) y su conservación. También tenían un gran valor simbólico los ritos de fundación de los templos, cuya construcción, aunque era fruto de la experiencia técnica, se presentaba casi como una reconstrucción del mundo. Formaban parte de la práctica ritual las representaciones dramáticas de episodios míticos, como el de Osiris, que culminaba en el renacimiento del dios; las procesiones, que podían tener lugar en el interior del templo o en el exterior, cuando se trasladaba la imagen del dios de un santuario a otro, como en el caso de la fiesta del Valle, en Tebas, en la que se llevaba la estatua de Anión a visitar distintos templos; el recorrido ceremonial con el que el rey, al asumir el poder, representaba simbólicamente la toma de posesión del país.
Todos los ritos iban acompañados de ofrendas o sacrificios, que nos permiten distinguir entre sacrificios cruentos e incruentos. La muerte del animal casi siempre estaba vinculada a sucesos míticos, pero el animal debía ser sustituido frecuentemente por una imagen que le representaba, cosa que permite sospechar que dominaba la tendencia a dar prioridad a las ofrendas incruentas, consistentes en pan, vino, cerveza, leche, alimentos, flores, perfumes, etc. Eso no impide que algunos sacrificios implicaran cierta actividad económica, controlada por el templo, como es el caso del oryx, el antílope, que había arrancado el ojo a Osiris y cuya piel se destinaba a la confección de vestidos, o el de la tortuga, sacrificada para que la barca del sol no quedara varada en su dorso, pero cuyo caparazón se utilizaba para confeccionar escudos.
El sacerdocio
En el antiguo Egipto el único oficiante auténtico y legítimo era el rey, mientras que el sacerdote no era más que su delegado y un simple ejecutor, cuyas funciones eran análogas a las del resto de funcionarios del estado. En realidad, el sacerdote actuaba por delegación del rey en la celebración de los actos rituales, que la iconografía atribuía obsesivamente al faraón. El cargo de sacerdote, aunque era hereditario, debía ser confirmado de vez en cuando por la autoridad real. El cuerpo sacerdotal, servidor del dios, residía en el templo y estaba articulado en una jerarquía definida por las funciones desempeñadas, y cada uno de sus miembros ostentaba un título determinado por la divinidad a la que servía; al sumo sacerdote de Ra se le llamaba el «mayor de los videntes». Existía una discriminación entre quienes simplemente eran admitidos en el templo porque eran puros y los «siervos del dios», los auténticos consagrados al culto y autorizados a tocar la estatua de la divinidad. Aunque el clero dependía de la autoridad del rey, debido al debilitamiento del poder central al final del Imperio Antiguo, a la progresiva laicización de la monarquía y a la importante función económica desempeñada por el templo, a lo largo de la historia egipcia y especialmente durante el n milenio alcanzó posiciones hegemónicas, como en el caso del templo de Amón en Tebas, enfrentadas en ocasiones al poder central. Eso provocó conflictos, pero casi siempre se llegó a compromisos, que consistían en establecer vínculos de parentesco mediante la celebración de matrimonios entre la casa reinante y los sumos sacerdotes. Tras la muerte de Ramsés IX, es decir, después de 1100 a.C., Egipto entró en una nueva crisis y se dividió nuevamente en dos reinos, en el norte con una nueva dinastía fundada por Smendés (1069-1043 a.C.), con una nueva capital, y en el sur con el reino hierocrático de los sacerdotes de Amón, de quien se proclamaban únicos, auténticos y legítimos intérpretes, mientras que Amón era y permanecía como el único dios-rey.